¿Por qué el bocadillo de calamares es típico de Madrid?
¿Por qué el bocadillo de calamares es algo tan castizo? ¿Cuándo nació este idilio gastronómico? ¿Cómo conquistó esa tierra de secano? Rastreamos el origen de este manjar rebozado, frito y servido entre dos panes.
Como no siempre llegaba en las mejores condiciones, de ahí surgió, por ejemplo, poner rodajas de limón en el besugo o tradiciones castizas como el carnavalesco entierro de la sardina. Ya en el siglo XVIII los tiempos mejoraron y los arrieros maragatos hacían entregas de pescado y marisco fresco de Galicia a Madrid en cuatro días, mediante en el servicio de postas (correos a caballo). Todo cambió cuando el ferrocarril, todavía lento, puso en contacto directo las costas con Madrid.
No hay duda de que la tradición católica, que impedía conforme a sus ritos comer carne en determinadas épocas, contribuyó a la incorporación de los pescados y mariscos a la dieta de la corte madrileña y por derivación a las capas populares. En la Villa se cotizaban los escabeches vendidos en barriles o lebrillos, importados de la orilla del mar, de bonito, besugo, sardinas o jureles. Pero ni rastro de calamares en los recetarios del siglo XVIII.
La otra razón, quizás menos conocida, está relacionada con las primeras casas de comidas y los movimientos migratorios en busca de un futuro mejor hacia la Corte. “Los primeros restaurantes que se pueden considerar como tales no llegan hasta el siglo XX y lo habitual en las casas nobles y burguesas capitalinas era gozar de un servicio de casa, en la mayor parte compuesto por emigrantes gallegas y asturianas y de otras regiones de España más próximas a las costas, que recibían productos de ellas y estaban acostumbradas a su elaboración.
Pasado algún tiempo y tras muchos años de sacrificios en el servicio doméstico, muchas cocineras con ese origen fundaron la mayoría de las casas de comidas y tabernas madrileñas; no puede ser casual que las ofertas de esos establecimientos incluyesen los productos marítimos más asequibles”, apunta Sotos. El calamar, producto sin espinas y con poca merma, era perfecto. Una vez sabrosamente rebozado, frito en aceite vegetal y con un pan adecuado, se convertió en una de las estrellas de la gastronomía castiza madrileña.
El bocata de calamares ya es un clásico en cualquier visita a la capital. Una opción buena, bonita y barata de la gastronomía madrileña.
Fuente: Condé Nast Traveler
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