Rincones y curiosidades de Madrid
Un callejero polarizado
Madrid, inmenso abanico de lugares y preferencias, engloba también calles para todos los tamaños y gustos. Desde la calle de Rompelanzas, la más pequeña de la ciudad con apenas 20 metros de longitud, a la calle Alcalá, la más grande con 10 kilómetros, que además es la segunda más extensa de España, sólo superada por la Gran Vía de Les Corts, en Barcelona. Rompelanzas, ubicada entre sus homólogas de Preciados y del Carmen, debe su nombre a un «problema» que provocaba en el siglo XVI, cuando, a su paso por allí, se rompían las lanzas de madera de los carruajes de la época.
Madrid, inmenso abanico de lugares y preferencias, engloba también calles para todos los tamaños y gustos. Desde la calle de Rompelanzas, la más pequeña de la ciudad con apenas 20 metros de longitud, a la calle Alcalá, la más grande con 10 kilómetros, que además es la segunda más extensa de España, sólo superada por la Gran Vía de Les Corts, en Barcelona. Rompelanzas, ubicada entre sus homólogas de Preciados y del Carmen, debe su nombre a un «problema» que provocaba en el siglo XVI, cuando, a su paso por allí, se rompían las lanzas de madera de los carruajes de la época.
El mito de la Puerta del Sol
El nombre de la que, seguramente, sea la plaza más popular de Madrid, es una incógnita que da lugar a diversas especulaciones. La única certeza es que su origen se remonta a 1520, cuando las autoridades de la Villa construyeron un fuerte para protegerse de la rebelión de los comuneros -hastiados por la hambruna y el descontento con Carlos I-, y en cuya puerta exterior se pintó un sol. El por qué de esa figura es, efectivamente, algo desconocido. Se especula con que fue un mero capricho del autor, del que se desconoce su identidad; que fue porque la luz solar penetraba por uno de los postigos de la muralla; o porque su orientación miraba a oriente, punto de salida del Sol, siendo esta última versión la más extendida y aceptada.
Cuna del Ratoncito Pérez
Cuna del Ratoncito Pérez
¿Quién diría que el Ratoncito Pérez nació en el Palacio Real? Por extraño que pueda parecer, así fue. Cuando Alfonso XIII era todavía un niño, su carácter miedoso -incluso al perder un diente- hizo que la regente María Cristina, su madre, encargara al padre Luis Coloma, jesuíta, que escribiera un cuento. Coloma redactó un relato de 13 páginas sobre el Rey Buby I (apodo que el pequeño monarca recibía de parte de su madre), que tras perder su primer diente lo colocó debajo de la almohada, junto a una carta, para así recibir la vista del Ratoncito Pérez. Buby I, acompañado por el ratón, recolectaría por la noche los dientes de otros niños y los llevaría a la casita del roedor, que se situaba en la pastelería Carlos Prast, un establecimiento real en el número 8 de la calle Arenal. Allí, Buby, convertido también en ratón, conoce a la familia de su amigo, que vive en una caja de galletitas Huntley, las perferidas del monarca. En dicha calle existen ahora una placa y una pequeña estatua que recuerdan dónde «vivió» el fantástico ratón.
Un Madrid sin castañeras
Los puestos de castañas asadas, tan típicas en Madrid y agradable alivio para los fríos paseos de invierno, estuvieron a punto de desaparecer en un diciembre de hace cuatro siglos. Entonces, el Ayuntamiento dijo que las castañas sólo podían venderse en los puestos de fruta de los mercados, del mismo modo que las crudas. Como medida disuasoria, se dictó una sentencia que establecía que quien montara su puesto ambulante recibiría una sanción de mil maravedíes y un año de destierro de la Villa. Superada la «persecución» gracias al tesón de las castañeras, el oficio se ha convertido con el paso de los años en un elemento cásico de la ciudad, e incluso una suerte de empleo para muchas personas.
Prohibido piropear
De la prohibición de los puestos de castañas asadas a la de los piropos. Ocurrió durante la dictadura de Primo de Rivera, entre 1923 y 1930. El código Penal de 1928 trajo el propósito de corregir «el desarraigo de costumbres viciosas» que se producían por «gestos, ademanes, frases groseras o chabacanas». El piropo, «aún con propósito de galantería», quedó incluido, con penas de arresto de 5 a 20 días y multas de 40 a 500 pesetas. La medida agudizó el ingenio de los madrileños, que comenzaron a piropear con carteles escritos -la restricción no decía nada en este sentido- y con mensajes irónicos a través del mismo vehículo. «Adiós Vicenta, no te digo nada por temor a las cuarenta», llegó a leerse. La medida se anuló con la llegada de la República.
Fuente: ABC Madrid
Fuente: ABC Madrid
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